- Cómete ese chicharro que esta riquísimo, y me ha costado un ojo de la cara, nena. Además el pescado tiene mucho fósforo.
- ¿Por qué se llama tan feo? ¿por eso está tan malo?
- Que feo, ni que feo. Harta me tienes. Todo el día pensando qué hacerte para comer y tú siempre con tus ascos. Eso sí, un día me voy a cansar y entonces ya veremos, os vais enterar de lo que es estar sin mí.
- Mamá es que la piel me da asco...
- Nena es lo que más fósforo tiene. Y el fósforo hace niños listos, y tu padre y yo queremos una niña lista, así que date vida.
- Mama ¿y por qué Dios no puso el fósforo en el queso que está más rico y lo tuvo que poner en la piel del pescado?
- Pero ¡qué cosas tienes! ¿Y quién eres tú para cuestionar dónde puso Dios las cosas? Pues donde le dio la real gana. Sólo faltaba que eres una milindris. ¿Me oyes? Eso es lo que pasa, que yo sí me pregunto cómo Dios me dio una hija tan milindris. Y no encuentro respuesta. Ahora, que tú te comes esa piel ahora mismo. ¿Me oyes? O vas a estar castigada hasta que vayas a la universidad.
- Bueno mami, no te pongas así que sólo era una pregunta...
- Una pregunta dice. Que comas ya eso, hombre, que me tienes harta. Y ni una palabra más.
Consecuencias del consejo:
Lo del fósforo yo lo repetía continuamente de niña. Cada vez que alguien decía algo sobre el pescado ahí estaba yo para contarle al mundo entero "que tiene mucho fósforo y que es muy bueno para el cerebro, que me lo ha dicho mi madre y sobre todo la piel". Estuve a punto de ser linchada en el comedor del colegio un par de veces. Ya sabes, típica situación, la monja le dice a la niña de al lado mía:
- Niña, cómete el pescado.
- Pero hermana es que a mí no me gusta.- Y yo que nunca he sido de medir las consecuencias:
- Pues tiene mucho fósforo y es super bueno para el cerebro. Sobre todo la piel.
- Mira ya lo has oído, a comer y cómete también la piel.
La niña con los ojos inyectados en sangre, y esa cara de: "ya nos veremos en el patio, ya".
Me costó también más de una tarde de aislamiento por parte de mis primos que me bautizaron como "la pesada del fósforo" después de que repitiera la frasecita en una comida familiar. Todos mis tíos me rieron la gracia, y todos mis primos quisieron matarme en ese momento a base de rellenarme de pescado. No es mi imaginación, es exactamente lo que me dijo mi primo "Te voy a meter todo el pescado que sobre por la boca hasta que te quedes rellenica como un pimiento". Sí, ese es mi primo el sensible.
Por mi empeño en defender sus virtudes se podría deducir que me gustaba el pescado... Ni de broma. Insisto de pequeña sólo me gustaban el queso y los yogures. Ya. Nada más. Pero era un poco resabidilla y sobre todo era un experta desintegradora de comida. Los realmente malos comedores desarrollan todo tipo de técnicas:
1- Partir todo en trozos pequeñitos, esparcirlo por el plato, dejando caer algún trozo fuera.
2- Si a pesar de eso, el adulto insistía, en cuanto se despistaran los comensales de al lado, echarles trozos pequeños a sus platos.
3- Si los comensales se daban cuenta, los radiadores cercanos son capaces de albergar ingentes cantidades de comida. (Está técnica tiene un pero: hay que acordarse de limpiar esa comida ese mismo día. Si no, huele, y tu madre te obliga a comerte eso. Bueno, no se si tu madre, pero la mía sí).
4- Sólo para precavidos: en los bolsillos, colocar estratégicamente papel albal, vaciar el asqueroso pescado en el interior. Seguir siendo una niña feliz en ayunas.
Excepciones para utilizar el consejo:
Pues futuros hijos míos, acabo de buscar en google si lo del pescado es cierto y resulta que el queso, sí, mi amado queso, tiene la misma proporción de fósforo. ¡Mamáaaa! ¡Era mentira, leche! Tanta propaganda que le hice yo al pescado y era mentira.
En fin, eso sí, futuros hijos míos, lo tenéis realmente difícil para engañarme con la comida, me las sé todas. Sí, la de vaciar un peluche de espuma y meterle la comida dentro también.